Reseña de Ciudades Imaginarias

 

Reseña de Ciudades Imaginarias

Reseña de Ciudades Imaginarias



Antología de género fantástico editada por La Conspiración de los Fuleros

Antología de género fantástico editada por La Conspiración de los Fuleros

 
 

En el siglo pasado, cuando me tocó ser chico, había un dibujo animado que acá lo llamaban “Tarzán, rey de los monos” (Tarzan, Lord of the Jungle. 1976–1978). Era muy distinto a los otros dibujitos: los personajes estaban ilustrados con mayor realismo y se movían diferente a Tom y Jerry o Don Gato. Muchos años después descubrí que esa forma de animar se llama rotoscopía. Para que se entienda más rápido: es la misma técnica que usó Disney para Blancanieves (1937). Básicamente es filmar actores y dibujar encima de los fotogramas.

Tarzán no era un desconocido para los televidentes. Durante varios años, canal 13 transmitía las películas con Johnny Weissmüller los sábados después del almuerzo y también la serie con Ron Ely.

Así y todo, los dibujitos de Tarzán tenían algo que les faltaba a los otros: las ciudades imaginarias. El protagonista recitaba durante la presentación: «La jungla está llena de belleza y peligro; y las ciudades perdidas, del bien y el mal. ¡Este es mi dominio y protejo a los que vienen aquí, porque soy Tarzán, el Señor de la Selva!»

¿Laferrere, Aldo Bonzi, Celina…? ¿Cuáles eran las «ciudades perdidas»? En cada episodio, Tarzán visitaba ciudades/civilizaciones que vivían en la selva sin contacto con el mundo exterior, occidental y cristiano. Estas urbes, con su desviado norte moral e ideológico, siempre terminaban en la banquina, y Tarzán, salvaje pero europeo,  les ponía los puntos sobre las íes a los bárbaros.

Varias de las películas de Tarzán con Weissmüller orbitaban el sistema colonial: tráfico de oro y marfil, obra de mano esclava y otras bendiciones caucásicas. La serie, si no me falla la memoria, era más poscolonial: tráfico de armas y diamantes, mercenarios y cada tanto llevarle algún antídoto o antibiótico a los nativos. 

¿Y dónde salía las ciudades perdidas del dibujo animado? del   Tarzán original, escrito por Edgar Rice Burroughs. Eran 100% canónicas, capturaban el espíritu de la época: una fiebre arqueológica por buscar “lo conocido, pero extraviado”. Un año antes de la primera publicación (1911), se encontró la ciudad de Machu Picchu, que venía precedida por grandes éxitos de la arqueología: Ur, Cnosos, Troya, Angkor Wat, Tikal y Chichén Itzá.

Entonces, los dibujitos de Tarzán eran unos dibujazos: ciudades imaginarias todas las tardes mientras tomaba la merienda. No había plan mejor.

Con la vara tan alta, me puse a leer esta antología publicada por La Conspiración de los Fuleros… y valió la pena.

¿Qué espera uno cuando lee el título “Ciudades imaginarias”? Civilizaciones alejadas del centro, la metrópoli y del núcleo de nuestro mundo conocido ¿Por qué civilizaciones? Porque para que haya ciudad, tiene que haber civilización (la forma que entendemos el universo y el sentido de la vida). Entonces, la antología se convierte en un mosaico de alternativas de ficcionar conocimientos, valores y recursos usando como excusa el trazado de las calles o la fachada de las casas.

¿Cuántas variaciones se pueden hacer sobre el tema? Acá hay treinta y dos, una por cada autor que participa.

Pausa: este el momento que el libro donde deja de ser antología para ser catálogo, relevamiento y exhibición: una oportunidad de conocer autores del circuito independiente, autogestivo y alternativo; la verdadera literatura actual. Los que se mueven por fuera del duopolio editorial y además, escriben entretenido: algo que se puede leer en un viaje en micro sin desear tirarlo por la ventanilla.

¿Cuál es el plusvalor de una antología autogestiva? Conocer nuevos autores de la mejor manera: leyéndolos, y entonces se transforma en un punto de partida para nuevas relaciones lector-autor.

Piense en una caja de chocolates con treinta y dos variedades diferentes para saborear. Lea. A mí me gustó.

                                                Paul Calvetti Costa

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